El rol de las comunidades educativas
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El rol de las comunidades educativas

El rol de las comunidades educativas

Compartimos con nuestra Comunidad la columna de Carolina Klenner, Head of Welfare & Support The Mackay School, publicada en El Mercurio de Valparaíso.

Por Carolina Klenner,Head of Welfare & Support The Mackay School

En toda época la sociedad ha creado un conjunto de conocimientos que heredan las siguientes generaciones, con el fin de conservar la especie, fortalecer la identidad cultural, desarrollar tecnología, mejorar la calidad de vida y enfrentar situaciones de crisis.

El anhelo social de contar con una institución forjadora de valores y protectora de la niñez y la juventud motivó la creación de la escuela, pasando a integrar uno de los ejes de la historia y la vida en sociedad. Sin embargo, es en la crisis cuando se fija con más detención la mirada. Es como si se nos recordara que la escuela es el refugio de esa herencia cultural y valórica, que contiene, desde luego, el conocimiento. No en vano la escuela ha sobrevivido a guerras, desastres naturales, campos de refugiados y guetos. Por eso es un tema candente durante esta coyuntura de pandemia, desde que el escenario cambió en marzo, cuando toda la comunidad educativa tuvo que adaptarse a nuevos sistemas de aprendizaje, manteniendo distancia social y permaneciendo más tiempo en familia.

Pero, ¿qué pasa con la emoción de esos alumnos en el proceso? Para ellos la escuela representa un espacio de estabilidad, pues otorga continuidad, sentido y eficiencia. Las clases, más allá de lo académico, son un instrumento que permite mantener la trama de relaciones interpersonales que sostienen la vida emocional de los escolares.

El régimen y exigencia académica permiten a los alumnos construir y organizar sus vidas cotidianas en torno a actividades plenas de sentido que están bajo su control. Esto se opone a un estado de estrés, pues reduce la incertidumbre y lo alienta a vencer desafíos. Crear el marco de colaboración mutua es esencial en estos tiempos. Junto a los estudios se hace necesario que los niños y jóvenes tengan tareas dentro del hogar, dediquen tiempo a ejercicios físicos, conversaciones, hobbies y música.

Por añadidura, es la escuela donde niños y jóvenes ejercen su autonomía, cosa que no ocurre del mismo modo en el hogar. Por cierto, hoy es necesario brindar a los jóvenes un espacio de desarrollo, como el tener una rutina diaria que le dé sentido a sus procesos, disminuyendo el riesgo de deterioro emocional. Allí es donde los padres pueden colaborar manteniéndose atentos y abiertos a participar. El profesor será siempre la guía para orientar el conocimiento y cultivar en los niños y jóvenes el pensamiento crítico, el análisis de las situaciones y la toma de decisiones.

Para que la escuela alcance el éxito esperado, es importante que las comunidades educativas se planteen la necesidad de asumir que hay muchas objetivos y logros que se podrán cumplir usando la tecnología y la creatividad, pero también hay otros que no se concretarán. Deben reducirse las elevadas expectativas que pudieran asomarse y controlar los niveles de autoexigencia que a todo nivel nos imponemos. De este modo mantendremos intacta la posibilidad de sentirnos exitosos y orgullosos de nuestros logros. Ese es el juego y la comunidad lo tiene que ganar.

El ingreso de la familia a la sala de clases ha sido un desafío, puesto que en algunos casos podría convertirse en una fuente de inseguridades y diferencias entre las partes, al ponerse en evidencia que las funciones de cuidado de los estudiantes se encuentran hoy compartidas. Para el caso, deben definirse cuáles son las tareas que le competen a cada cual, como base para una buena convivencia. Si en esta crisis logramos ponernos de acuerdo y ser ejemplos vivos para los niños y jóvenes, les estaremos entregando no sólo la mejor educación posible, sino también una sólida experiencia valórica basada en la confianza que podrá convertirse en un recurso para la construcción de sí mismos.

Más allá de las obligaciones propias del desempeño de las partes, el proceso de enseñanza-aprendizaje en este tipo de circunstancias se desarrolla con motor propio. No hay recetas, no hay experiencia que nos hayan transmitido nuestros padres o abuelos. Existen especialistas que tan pronto tienen algo que aportar, lo hacen a riesgo de que sus planteamientos pueden derrumbarse al ritmo del nuevo virus. Aún así, no se trata de improvisar, pero sí de aprender en el camino y poner lo mejor de cada uno para el bien común. Después de todo el objetivo es uno solo: mantener activa la educación y la formación de niños y jóvenes, entregándoles las herramientas necesarias para el futuro, en el que puedan contribuir al bien de la sociedad. Es una enorme tarea y debemos estar conscientes del proceso. 

La pandemia va a pasar. Habrá cambiado el mundo para entonces. La familia habrá recuperado un rol más activo en la educación y estaremos satisfechos con lo que cada niño y cada joven aprendió con todo esto para su futuro, más allá de un evidente mejor manejo de la tecnología.

Carolina Klenner 
Head of Welfare & Support
The Mackay School

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